Un viejo profesor de música en vías de extinción
La enseñanza de los instrumentos musicales se ha basado tradicionalmente en la figura del Maestro, poseedor de un conocimiento indiscutible capaz de canalizar las tradiciones técnicas e interpretativas más genuinas.
Pero ¿cuántos verdaderos maestros podemos encontrar entre tantos otros que, sin apenas vocación de serlo, han ocupado las aulas durante generaciones? Entre algunos profesores ejemplares había otros muchos que no lo eran. Más preocupados por su ego, creyeron ser unos iluminados destinados a ocupar un lugar de privilegio en el monte Parnaso.
Pío Baroja nos alertaba ya en sus Bagatelas de otoño al hablar de esta tipología de profesor: «¡Qué cantidad de necedades no han dicho con su aire de magos!. Todos estos tipos de estetas comienzan por adquirir aire de catedrático y luego quieren un destino!» [1]
Uno modelo caduco en nuestros días
¡Cuántas vocaciones frustradas en manos de estos profesores de «pose»! Muchos de ellos se convirtieron en liderzuelos, unos con más carisma que otros, con su credo, sus rituales y su grupito de acólitos. Su bagaje se reducía a unos cuantos conceptos fetiche que en algunos casos llevaron a considerarlos como poseedores de una verdad ‘más profunda’. Clases con caché, donde se evocaba a viejos maestros de culto, cuyo solo recuerdo prometía recompensas y logros quasi milagrosos.
Detrás de aparentes ideas innovadoras, muchas veces no se encerraba más que una burda restricción de la libertad de pensamiento y el rechazo de cualquier otra tendencia musical. Aferrándose a una pretendida pureza de Escuela, estos maestros siempre han exigido fidelidad, mirando de reojo, cuando no estigmatizando, al alumno que aspiraba a completar o ampliar su formación con otros profesores.
Los estudiantes de hoy y el profesor del mañana
El estudiante de música en nuestros días no sigue a un único profesor. No se apoya ciegamente en ninguno, sino que los combina todos.
Cada vez más exige respuesta a sus interrogantes, así como el uso de un lenguaje más directo y libre de ‘supuestos’ y conceptos inefables. Demanda más diálogo, y que no haya temas ‘tabú’ en las clases. Quiere saber el por qué y hacer transparente lo que antes se escondía bajo un aura de la misterio. Pero también reclama su libertad de descubrir, de expresar sus ideas y ofrecer sus opciones interpretativas. Necesita conocer otras metodologías y planteamientos, abrirse a nuevos caminos personales y profesionales.
Los jóvenes tienen hoy acceso a una gran cantidad de información e intercambian entre sí ideas y experiencias. Visitan webs y blogs, consultan artículos especializados y libros en la red, ven vídeos en Youtube y comparan versiones en Spotify…
El profesor ya no es el portador de la verdad, sino el guía que acompaña al alumno en su recorrido de aprendizaje. Es más respetuoso con su vocación y su alto grado de implicación con el instrumento, precisamente en el punto que siempre ha hecho a los alumnos más vulnerables frente a quienes han tratado de manipular sus sentimientos, sus expectativas y sus miedos.
Aquel viejo modelo de profesor que transmite las doctrinas de su maestro sin ni siquiera interrogarse acerca de su fundamento ni su grado de validez, aquel que se aferra sin más al peso de la tradición y a su autoridad, ya no es capaz de convencer a nadie. Las nuevas generaciones nos traerán el profesor del futuro, que superará la extraña situación de nuestros días, donde convive un modelo de conservatorio del siglo XIX con profesores del siglo XX y alumnos del siglo XXI.
Antonio Narejos
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[1] Pío Baroja. «Bagatelas de otoño», en Obras completas, tomo II, edición a cargo de José-Carlos Mainer. Barcelona, Círculo de Lectores, 1997, pág. 1009.