Sociedad Protectora de instrumentos musicales
A muchos compositores e intérpretes no les importa demasiado dañar los oídos del sufrido espectador. O quizá sea que, al no tener acceso a lo que sucede en cerebro ajeno, tampoco sienten el menor remordimiento por las consecuencias de sus actos.
Intérpretes siempre los ha habido que ponen a prueba la paciencia y buena disposición del oyente. Pero el caso de muchos compositores contemporáneos es, cuanto menos, peculiar. Desde que Le Sacre du Printemps fuera recibida con pataleos y silbidos en la primavera de 1913, algunos de ellos han extraido una paradójica conclusión: Cuanto mayor sea el rechazo del público mayores serán los valores intrínsecos de la obra. Y, aun más, la magnitud de la protesta se utiliza como medida de su grado de innovación y originalidad. Pequeños «Stravinskys» en potencia, están convencidos de que el tiempo les dará la razón y que su obra (o su lenguaje) prevalecerá como un clásico frente a la ignorancia del público actual.
Pero los instrumentos, los pobres instrumentos musicales no tienen posibilidad de protestar ante las agresiones y humillaciones recibidas por parte de unos y otros. ¿Cuántos compositores de la vanguardia, como cazadores furtivos apostados detrás de una partitura, acechan con sus osadas propuestas a los frágiles instrumentos? ¿Y cuántos intérpretes, con la excusa de que se limitan a hacer lo que está escrito, se prestan, aunque sea a regañadientes, a golpear y arañar violines y contrabajos, destensar bruscamente las cuerdas o hacer todo tipo de inserciones aprovechando cualquier rendija de su estructura?.
Los músicos suelen tener un instrumento «B» para tales vejaciones, de bastante menor alcurnia claro, a los que les cuesta menos maltratar. Pero en muchas salas de conciertos solo hay un piano… Y, como puede suponerse, a él van a parar todas las tortas.Y es que estos intrépidos compositores encuentran el piano uno de los instrumentos más excitantes, ya que contra él pueden emplear la mayor variedad de objetos para percutir las cuerdas, las teclas o el mueble (tales como cepillos, baquetas, varas de metal y hasta guantes de boxeo). Pero aún más, el piano, indefenso, se deja colocar cadenas, tornillos, plastilinas y demás exóticos aditamentos, que tras ensayos y conciertos queda verdaderamente hecho unos zorros.
Cuando al público no le gusta algo sabe defenderse solo, bien sea abandonando la sala o simplemente no volviendo más cuando algo le huele a chamusquina. Pero los instrumentos no tienen escapatoria, salvo que algún avispado jefe de sala esté presente en el momento de la agresión y pueda parar los pies (o las manos) al intérprete. Por supuesto muchos músicos se niegan a tocar determinado repertorio, o adaptan las obras a escondidas para salvaguardar la integridad instrumental. No obstante muchos perversos planes compositivos se difunden impunemente entre determinados colectivos, en complicidad con instrumentistas, llegando a consumar los más vergonzosos abusos.
Igual que en épocas pasadas existieron reglas de contrapunto y de armonía, que por otra parte ya hace tiempo fueron derogadas excepto en las programaciones de los conservatorios de música, ¿por qué nadie propugna un código mínimo de respeto hacia los instrumentos musicales?. Y ¿por qué no crear una Sociedad en defensa de su dignidad y en favor del derecho a salir indemne tras un concierto?.
¡Cuánta ignominia han tenido que sufrir los nobles instrumentos en nombre del progreso musical!
Antonio Narejos