La «caja negra» de la interpretación musical
Uno de los modelos más aceptados en la interpretación musical es el que considera al intérprete como un mero transmisor de la obra de arte. A tal fin, el intérprete debe centrar su atención en dos aspectos fundamentales: adquirir una sólida competencia interpretativa y además desarrollar una técnica sin fisuras.
Se parte del supuesto de la neutralidad del intérprete, evitando que éste deje huella de su intervención y relegándolo al papel de médium a través del cual la obra debería surgir tal y como la concibió el compositor. Paradójicamente, el mejor intérprete sería aquel que consiguiera pasar desapercibido en el proceso, aquel que fuera capaz de autosuprimirse en el resultado final de su propia actividad.
De este modo, el intérprete queda convertido a una especie de caja negra, capaz de descifrar la partitura y de reaccionar a ella mediante las acciones más adecuadas. Pero una caja negra en cuyo interior apenas conocemos lo que sucede.
En este contexto, el intérprete ideal ha de dominar tanto las normas estilísticas y los valores estéticos, como el conjunto de acciones eficaces, dentro de lo que podíamos llamar una técnica solvente. Solo entonces podríamos asegurar que su interpretación será adecuada y hasta modélica (en cuanto que responde a los cánones preestablecidos).
En su libro Lector in fabula, Umberto Eco plantea el problema de cómo la obra de arte puede demandar por un lado una intervención interpretativa y al mismo tiempo mostrar unas características estructurales que regulan el orden de sus interpretaciones [1].
Aunque son mucho más frecuentes las posturas radicales que niegan cualquier capacidad de intervención por parte del intérprete. Declaraciones como las siguientes de Igor Strawinsky, «Mi música está hecha para ser leída o para ser ejecutada, pero no para ser interpretada» [2], inducen al grave error de fetichizar la partitura, reduciendo la música al signo escrito y la interpretación a un camino de único sentido.
Pero el intérprete absolutamente objetivo no existe. Su punto de vista interviene de forma radical en la construcción de su versión, dotándola de coherencia y haciéndola única. La obra de arte, antes que el punto final del proceso interpretativo es en realidad el punto de partida de infinitas interpretaciones.
El mismo Strawinsky se encarga de corregir sus palabras al reconocer en otro momento que algún tipo de interpretación es necesaria, puesto que «…por escrupulosamente anotada que esté una música y por garantizada que se halle contra cualquier equívoco en la indicación de los tempi, matices, ligaduras, acentos, etc., contiene siempre elementos secretos que escapan a la definición, ya que la dialéctica verbal es impotente para definir enteramente la dialéctica musical. Estos elementos dependen, pues, de la experiencia, de la intuición, del talento en una palabra, de aquél que está llamado a presentar la música» [3].
Cuestiones acerca de cómo dotamos de significado musical a los sonidos, la relación entre la expresión musical y la percepción, o cómo funcionan nuestros mecanismos de control durante la ejecución, han interesado muy poco a los investigadores musicales.
Pero hoy que la investigación artística reclama un estatus propio, es necesario replantear nuestras ideas sobre la interpretación musical, superando el viejo modelo interpretativo para dar cuenta de todos los procesos puestos en juego.
La nueva investigación performativa nos permitirá abrir la caja negra y leer en los registros de la actividad del intérprete, contemplados ahora desde dentro y en conexión dialógica con la experiencia musical, considerada como una totalidad.
Antonio Narejos
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[1] UMBERTO ECO. Lector in fábula, la cooperación interpretativa en el texto narrativo. Barcelona: Lumen, 1987, p. 13 y ss.
[2] CRAFT, Robert: Conversaciones con Igor Strawinsky, Madrid, 1991.
[3] STRAWINSKY, Igor: Poética musical. Madrid, 1981.