El Blog de Antonio Narejos

¡Dígalo con música…!

7 Mar 2009 | Vivencias

Hacer o experimentar música, frente a pensar o hablar de música siguen siendo hoy espacios difíciles de conciliar. Tomemos como punto de partida una doble paradoja muy extendida:

1. Existe la idea generalizada de que los músicos, sobre todo los intérpretes, tienen una escasa cultura y que poseen pocos recursos intelectuales, hasta el punto de encontrar muchas dificultades incluso para tratar de explicar lo que hacen.

No obstante es también frecuente la opinión de que a un músico lo que hay que exigirle es que cumpla su función: ser un buen intérprete de su instrumento o un buen compositor. El proceso creativo se considera algo de mucho menor interés, o a lo sumo una labor más propia de la musicología, la filosofía o la crítica.

2. Entre los músicos existe la convicción de que es posible una mayor conciencia de lo que se hace, estableciendo un diálogo fértil entre experiencia y pensamiento (Kirkpatrick, Brendel o Gould son solo algunos ejemplos de este modelo), y aun que puede desarrollarse una investigación creativo-performativa, orientada a la búsqueda de «la plena transparencia en el proceso (frente a la «inefable» magia de la visión romántica del artista inspirado)» [1].

Sin embargo muchos músicos desconfían de la reflexión y, cuando alguno de ellos trata de comprender y explicar su experiencia, enseguida surge la pregunta capciosa: «Sí, sí…, habla mucho, pero ¿cómo toca?».

Un buen ejemplo del conflicto entre hacer música y pensar la música podemos verlo en un reportaje que grabé hace ya veinte años de la 2 de TVE [¡Entonces sí que éramos «piratas», con nuestra grabadora de vídeo y nuestro cassette, no como ahora con los Emule y las descargas directas!… Yo, por lo menos, me copiaba todo lo que podía]. Se trata de una entrevista de Jonathan Miller a Vladimir Ashkenazy en torno a los Estudios Sinfónicos de Schumann con motivo de un concierto que éste ofreció en Lugano en 1988. He seleccionado un fragmento de aquella entrevista en el que, cuanto menos, podríamos decir que Ashkenazy no se encuentra cómodo ante las preguntas de su interlocutor:

En realidad ¡más que una entrevista parece un interrogatorio!, donde el pianista se defiende como puede, argumentando una y otra vez la imposibilidad de expresar con palabras la experiencia de la música. ¿Cómo alguien capaz de interpretar el piano como lo hace Ashkenazy, uno de los grandes músicos de las últimas décadas, puede sin embargo expresarse de un modo tan poco convincente?. Es evidente que Ashkenazy no se ha cuestionado nunca los problemas que le plantea su entrevistador. ¡Y esto parece no haber influido de forma determinante en el desarrollo de una inteligencia musical de primer orden!.

Quisiera, sin embargo, plantear las cosas desde otro punto de vista, a partir de una lectura de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein, y en particular de la sección 244, donde trata acerca de cómo las palabras se refieren a las sensaciones:

«Las palabras están conectadas con las expresiones primitivas, naturales, de la sensación y usadas en su lugar. Un niño se lastima y grita; y entonces los mayores le hablan y le enseñan exclamaciones y, posteriormente, oraciones. Le enseñan al niño una nueva respuesta al dolor[…] La expresión verbal del dolor reemplaza al grito pero no lo describe» [2].

Cuando decimos «me duele» estamos empleando una estructura lingüística para decir lo mismo que podríamos expresar con un grito o, por ejemplo, llorando. De acuerdo a la explicación de Kripke, para Wittgenstein, las confesiones de dolor son una nueva y más sofisticada conducta de dolor, que los adultos enseñan al niño como sustituto de las expresiones primitivas de tipo no-verbal [3].

La idea que quisiera esbozar aquí, es que de modo similar los músicos aprenden desde niños a utilizar estructuras musicales cada vez más complejas, capaces de conectar con sus propias sensaciones hasta el punto de sustituir a otras formas de expresión. Con el tiempo consiguen integrar sus manifestaciones naturales de conducta con sus necesidades expresivas y los códigos de un lenguaje cultural aprendido.

De este modo, puede desarrollarse una personalidad de gran riqueza interior y sensibilidad comunicativa aunque posea una cultura menor, entendida ésta en el sentido más «respetable» o estandarizado del término. Esto nos invita a pensar que nos encontramos ante diferentes tipos de conocimiento, inconmensurables entre sí, aunque ninguno de ellos sería necesariamente superior al otro. A través de ambos es posible profundizar de forma relativamente autónoma hasta alcanzar las más altas cotas de la excelencia humana.

Antonio Narejos

Notas:

[1] Álvaro Zaldívar Gracia, Investigar desde el arte. Lección inaugural pronunciada en la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel de Santa Cruz de Tenerife el 17 de marzo de 2008.
[2] Ludwig Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, sec. 244. Traduzco de la edición inglesa Philosophical Investigations. Oxford: Basil Blackwell, 1986, pág. 86.
[3] Raúl Kripke, Wittgenstein : reglas y lenguaje privado. IIFs-UNAM, México, 1989, págs. 134-135.

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